José Agustín Ortiz Pinchetti
El lunes pasado leí un estupendo artículo de Jacobo Zabludovsky sobre
el racismo en Estados Unidos y su evolución. Los estadunidenses han
reconocido su racismo y lo han removido un tanto. Nosotros nos hacemos
ilusiones de que somos igualitarios. Revisemos los hechos.
En México, el grupo predominante es de los criollos.
Representan con dificultad 10 por ciento de la población. Son de origen
europeo, están orgullosos de su raza blanca y se casan entre sí para
perpetuar su casta. Dominan al Estado, son los principales cuadros de la
clase política y dirigen los grandes monopolios privados. Todo el
sistema funciona para su beneficio. Están inmersos en las ideas, modas y
manías occidentales. Aunque tienen una relación intensa, conflictiva y a
veces entrañable con su país. Si uno quiere saber cómo se sueñan a sí
mismos los criollos y cómo su imagen es impuesta a los demás, hay que
ver los “comerciales” de la televisión.
El sector intermedio de los mestizos, mestiblancos y
mestindios, mestinegros son la abrumadora mayoría, 80 por ciento; tienen
un gran impulso a la modernidad. Pero los detiene un “techo de
cristal”, las políticas públicas los excluyen en forma involuntaria o
inconsciente. Los criollos se refieren a ellos con desprecio y con un
temor latente. Los llaman “nacos” y les atribuyen incapacidad para los
buenos modales y la modernidad. En realidad los criollos son muchísimo
más arcaicos. En el último estrato están los indígenas (10 por ciento),
cuya situación desesperada no ha variado en los últimos 100 años. Los
inútiles proyectos para salvarlos forman una montaña.
Yo soy criollo y me siento orgulloso, porque la criollada
ha hecho grandes aportaciones a México. Pero un poco de autocrítica nos
permite darnos cuenta de lo que es obvio para los extranjeros: que
nuestra sociedad está dividida en estamentos raciales y culturales y que
mientras no cambiemos estas formas de exclusión no vamos a progresar.
Como diría Obama, “una nación no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los prósperos”.
El mito criollo de la igualdad y la fraternidad raciales sólo beneficia a la dominación.
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